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La resurrección de Cristo

Del mismo modo que la cruz de Cristo es el prototipo de todas las derrotas y de todos los sufrimientos de los hombres, así la Resurrección en la mañana de Pascua, lo es de todos los actos creadores de renovación realizados por Dios a lo largo de los siglos, de todas las intervenciones divinas recogidas en el Antiguo Testamento y en los evangelios.

Los relatos de la muerte de Jesús en la cruz, la presentan como un hecho histórico indudable, donde todos los que estaban en Jerusalén podrían haber sido testigo de ello, pero en el que el profundo significado que encierra depende de la fe de cada uno, de su lucidez espiritual.

Los relatos de la resurrección de Cristo en la mañana de Pascua son de un género diferente: nos describen un hecho cuyo significado depende, a su vez de la fe de cada uno pero cuya realidad sólo es manifiesta en la fe: los indiferentes que estaban presentes no habrían podido ser testigos de nada. Un periodista no habría podido captar nada con su cámara. Esto no significa que el acontecimiento de la resurrección de Cristo sea menos <> que su muerte, sino que se sitúa en otro plano de existencia.

De esta manera se pueden armonizar los relatos de la Resurrección de los cuatro evangelios; al que lo intenta se encuentra con dificultades insuperables. La fe no consiste en creer la verdad histórica de los evangelios sino dejar que el testimonio interior del Espíritu nos ayude con una lectura dinámica donde interactúen nuestro espíritu humano con El.

El teólogo Paul Tillich dice que nuestra preocupación última, fundamental, es la de resistir la amenaza de la muerte, esa Nada que amenaza nuestras exitencias. Conocemos, nos dice, la angustia del vacío, de lo absurdo: la angustia de la culpabilidad, y de la condenación misma; y el pertenecer al mundo de Dios siempre nos renueva el coraje de vivir tal y como Jesucristo nos lo hizo conocer mediante el Viernes santo y la Pascua. El arte y la literatura se hacen eco del mal vivir que a veces sentimos. Dios responde a esa preocupación y unidos a él nos capacita para superar esa angustia vital.

Un soplo primaveral recorre los evangelios, el que el Resucitado hace resurgir en su entorno. Hace falta abrir el corazón a esa presencia creadora. La salvación de Dios surge de una presencia en nosotros que es más que nosotros pero que no es sin nosotros. ¿Cómo pues experimentarlo si uno permanece pasivo, sin proyectos y sin esperanza, si nunca hemos tomado tiempo para meditar unos instantes y que sólo contamos con uno mismo?

¿Cómo comprenderlo si, cuando viene la oscuridad de la vida, tomamos excitantes, drogas, alcohol, y que nos limitamos a pedir una baja médica por depresión repitiendo : « cuando uno ve lo que ve y que uno sabe lo que sabe, uno tiene razón de pensar lo que piensa »

El « pecado » es menospreciar esa energía de Dios en nosotros y en los demás, de no enamorarse de la vida e incluso contribuir a destruirla, dejarnos secar, admitir la fealdad, el aburrimiento y la mediocridad.

Es querer refugiarnos en una inmovilidad que dé seguridad, en un pesimismo amargo y desengañado, o encerrarnos en un grupo sectario, y no transmitir a la nueva generación la consciencia de la vida que obra en el universo entero, además de hundirse en un egoismo indiferente al sufrimiento ajeno. El pecado es pues, permitir a la muerte y al pesimismo triunfar sobre la vida y la alegría. Es decir, dejar que la résurrección quede enterrada en la muerte del Viernes santo.

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