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Un Reino sin gloria. Marcos 4, 26-29

Henri Persoz

Traducción Julian Mellado

Para muchos judíos del tiempo de Jesús, sobretodo para los Fariseos, el Reino de Dios esperado consistía en una irrupción gloriosa del Mesías en el seno de la historia, que establecería definitivamente la paz y la felicidad para todo el pueblo. Un verdadero dar la vuelta a la situación, liberando a Israel de todas las servidumbres presentes y pasadas.

Y he aquí que Jesús nos habla, como anuncio de ese Reino, de un pobre campesino que siembra la simiente y se va tranquilamente a dormir esperando que la naturaleza realize su trabajo. Este pequeño reino,, limitado a un campo ordinario, sin rey, sin poder, y sin gloria, no tiene envergadura. Y se puede entender que la mayoría de los judíos se separaran de Jesús que parecía ofrecerle como esperanza nada más que una banalidad cotidiana.

¡Pues sí! El reino de Dios no se manisfestará en un lejano maravilloso que nunca llegará, sino que ya está apareciendo en la labor de los hombres, inscrita en el ritmo de los días y las noches que se suceden. No vendrá del cielo sino de lo más profundo de esta vieja tierra, trabajada por las generaciones que se van sucediendo y que saben, si se ha cuidado adecuadamente, que la semilla germinará y traerá sus frutos. Crecerá pacientemente en el calor del día y en el silencio de la noche, sin que se llegue a comprender cómo ese simple trabajo en la tierra puede producir toda esa riqueza en la cosecha. No se puede entender, especialmente en aquella época, pero uno se queda fascinado por ese misterio que nos muestra el poder y la fidelidad del Dios creador. En un sentido, Dios está ausente de la escena, pero está detrás del telón, como principio de la vida que se perpetúa en cada cosecha y a cada generación.

Sembrado, el hombre muestra su confianza en ese Dios creador. Sabe, que aún cuando duerme, la naturaleza prosigue su trabajo. Ahí está la confianza, ahí está su fe. Es aquí donde vemos esa alianza entre Dios y los hombres edificada sobre la mutua confianza: los granos de trigo que saldrán de la tierra no pueden venir únicamente del trabajo humano, y tampoco pueden venir sólo del de la creación. Son el resultado de la colaboración entre esa humanidad que gestiona la tierra habitada y la creación que es obra de Dios.

La fe en el reino de Dios es por lo tanto la confianza en esa fidelidad de Dios que tomará el relevo del trabajo de los hombres, para llevarlo a la madurez, aunque no sepamos siempre cómo.

Frente a todas las catástrofes actuales en el mundo, el presentador de un programa de televisión preguntaba a un responsable cristiano de Médicos sin fronteras , si no tenía la impresión de que Dios había abandonado a su pueblo. El responsable contestó: << Pero es que nuestro papel es hacer lo que Dios no puede hacer>> 

Esto tiene que ver con nuestra parábola del Reino: un hombre se levanta de buena mañana para hacer lo que Dios no puede hacer. Ahora bien, Dios está ahí, dando confianza cuidando del grano. y haciendo a su vez lo que el hombre no puede hacer.

Ese reino anunciado por Jesús es por lo tanto bien diferente de lo que esperaba el mundo judío. Tiene de decepcionante en que no transforma el mundo de un sólo golpe y no anuncia la llegada de un mesías triunfante.

No hay que soñar ni refugiarse en esperanzas surrealistas. El reino se construye cada mañana cuando vamos a ocuparnos de la tierra, sembrando los granos que disponemos y confiando en ese Dios creador para que los haga crecer hasta la cosecha.

Sepamos maravillarnos de todo lo que Dios hace, más allá de nuestro humilde trabajo.

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À propos Gilles

a été pasteur à Amsterdam et en Région parisienne. Il s’est toujours intéressé à la présence de l’Évangile aux marges de l’Église. Il anime depuis 17 ans le site Internet Protestants dans la ville.

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