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A propósito de la Trinidad

¿De qué se trata?El dogma de la Trinidad se formuló en los siglos IV y V en los concilios de Nicea (325) y en el de Constantinopla (381), en unos « Símbolos » (confesiones de fe), a los cuales se suele añadir erróneamente el que se atribuye a Atanasio de Alejandría, que fue redactado entre el 430 y el 500. Son textos demasiado largos como para reproducirlos aquí. Cuando los leemos, nos impacta la complejidad y la sofisticación con que fueron escritos.

Resumiendo y simplificando al extremo, declaran que Dios es una esencia o una sustancia única en tres personas o instancias distintas. No se puede separar ni confundir al Padre, al Hijo y al Espíritu; Son los tres a la vez idénticos y diferentes.

No encontramos nada parecido en el Nuevo Testamento. Cuando al final del evangelio de Mateo, Jesús pide a sus discípulos que bautizen a los creyentes « en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo », se trata de una fórmula ternaria (que no dice nada de las relaciones entre los tres seres que enumera), pero no trinitaria (no dice que los tres sean uno y que ese uno sea tres). La Trinidad es fruto de reflexiones y de debates muy posteriores a los tiempos apostólicos; tratar de discernir esas declaraciones en el Nuevo Testamento da la impresión de algo muy forzado.

Debates espinosos ¿Por qué se formuló el dogma trinitario? Esencialmente para poner fin a disputas amargas, desprovistas de toda caridad, entre las diferentes facciones del cristianismo cuyas tesis nos parecen muy cercanas aun hoy; si una de las que fueron condenadas hubiera ganado, no habrían cambiado demasiado las cosas. La formulación que se convirtió en « ortodoxa » triunfó en gran medida gracias a las autoridades políticas que la impuso por la fuerza.

A lo largo de los siglos, la doctrina trinitaria fue a menudo confrontada. Contrariamente a los que se pretende a menudo, no hizo siempre la unanimidad ( no hay más que ver la existencia de comunidades unitarias). Sin embargo, es justo señalar que a lo largo de la historia muchos de los denominados « anti-trinitarios » (como los célebres Arrio del siglo IV y Servet del siglo XVI) propusieron en realidad una variante de la doctrina más que una negación de la Trinidad. Esta doctrina repugnó a los judíos ( porque significaba la divinización de Jesús, identificado al Hijo, considerandolo una blasfemia) y a los musulmanes (que ven en ello un insoportable ataque a la unicidad divina).

Los protestantes liberales siempre han sido reticentes. En 1938, la Iglesia Reformada de francia, para tener en cuenta estas reservas, adoptaron una « declaración de fe » que no mencionaba expresamente a la Trinidad lo que permitió que trinitarios y anti-trinitarios pudieran ambos ser miembros. En 1961, durante la Asamblea Ecuménica de Nueva-Delhi, la Iglesa Reformada de Francia y la Federación de Iglesias Protestantes de Suiza expresaron su rechazo de obligar a sus pastores y fieles a suscribir ese dogma.

 

Lo que acepto  Después de este vistazo histórico, quiero expresar mi posición personal. A diferencia de muchos unitarios y liberales, no veo la doctrina trinitaria como un amalgama de absurdidades. No es que no tenga interés o valor.

De una parte, para hacer comprender lo que es o quién es el Dios cristiano, este dogma utiliza las categorías del pensamiento filosófico del mundo helenista. Los concilios no dicen exactamente lo mismo que el neoplatonismo dominante de la época, pero sí se sirven de su vocabulario, de sus nociones, de sus análisis. Esta tentativa de adaptación a la cultura del mundo de su tiempo me parece loable en principio. Ahí encontramos un ejemplo para imitar. En vez de repetir las fórmulas que pertenecen a otro tiempo ( como las de los antiguos concilios), deberíamos esforzarnos, nosotros también, en proclamar el Evangelio en el lenguaje de nuestra época.

Por otra parte, hay intuiciones justas que están expresadas en esa doctrina. Así, para el creyente, Dios es poder (no digo « todo-poder » que no es un concepto bíblico) correspondiendo a la primera persona de la Trinidad, simbolizada por la figura del Padre, creador y providente. Dios tiene igualmente significado, lo que corresponde a la segunda persona de la Trinidad, asociada a la sabiduría o al Logos ( que quiere decir la palabra razonada) y simbolizada por la figura del Hijo.Y sobretodo Dios es la unidad del poder y el significado (sentido): No es un poder desprovisto de sentido ni un sentido desprovisto de poder, correspondiendo esto al Espíritu, del cual tradicionalmente se dice que es la unión del Padre y del Hijo.

Como escribió A. Schweitzer, que era crítico con las doctrinas clásicas, « el dogma de la Trinidad toca profundas realidades de las que somos sensibles ».

 

Lo que rechazo Si discierno e la doctrina trinitaria intuiciones y puntos que considero justos, en cambio encuentro sus formulaciones poco convincentes, incluso algo torpes, y peligrosas. Le reprocho de haber transformado una experiencia de fe vivida en una especulación ontológica complicada, vana e incomprensible para el mundo moderno.

Esta doctrina propone una interpretación en mi opinión defectuosa, entre otras igualemente de discutibles (pero algo menos), del testimonio del Nuevo Testamento. No creo que sea la mejor interpretación posible, admitiendo que no se esté de acuerdo y se quiera permanecer fiel a la misma. Hago mío lo que escribió un humanista del siglo XVI, Castelio, precursor del protestantismo liberal, y que no apreciaba esa doctrina: « Si pudiera defenderla, lo haría. Pero debo confesar con franqueza que no puedo. Si alquien puede hacerlo, aprobaré que lo haga (…) Si hay quienes poseen una inteligencia tan aguda para comprender lo que yo y los que se me parecen no llegamos a entender, pues mejor, no seré celoso por ello ».

La doctrina no debería ser obligatoria y tampoco hay que exluirla (pues sería caer en una intolerancia y rigidez dogmática de la misma clase que la de una cierta orotodoxia, pero al revés). No pido la supresión de la misma, lo que deseo es que se acepte también otras opciones. Respeto, aun pensando que se equivocan, aquellos que ven en la Trinidad una expresión o interpretación válida del mensaje del Nuevo Testamento. En cambio, hablar del « Dios trinitario » o del « Dios Padre Hijo y Espíritu » me parece un grave error. Nos topamos con lo inaceptable. En efecto, se identifica una formulación eclesiástica y una definición teológica con la revelación divina. Se confunde el ser de Dios con nuestro discurso sobre Dios, lo que lo convierte en un ídolo. Ninguna doctrina puede pretender « encerrar » a Dios. Sería tan simple y tan justo hablar sencillamente del « Dios de Jesús ».

La Iglesia Protestante UnidaEn la asamblea general de mi parroquia durante la votación a favor de la Iglesia Protestante Unida, me abstuve. Con dolor y tristeza, ya que la unión entre luteranos y reformados me parece una cosa excelente. Desgraciadamente, el texto que se nos presentó contenía una alusión, en mi opinión equívoca, a la Trinidad; encima, pero es otra historia, insistía sobre la sumisión, no ya a Dios, sino a las autoridades eclesiásticas, lo que me dejó muy inquieto. Si en los futuros textos de la Iglesia Protestante Unida, tratan del « Dios trinitario » o sino del « Dios triuno », no me adheriré o me marcharé. Por la primera vez en mi vida, estaré « fuera de la Iglesia », pero no fuera de la comunidad creyente.

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