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Dios, mi Dios y yo

Julián Mellado

No recuerdo dónde leí la frase (mea culpa) pero recuerdo que se le atribuyó a Martín Lutero. Aún así, la frase me impactó y me hizo reflexionar hasta el punto que suelo presentarla cuando se habla del tema. Lutero dijo (según esa fuente olvidada):

« Entre Dios y yo, está mi dios ».

Algo me sacudió en mi interior, y puedo decir que esa frase se grabó en mi conciencia aunque haya olvidado el nombre del libro donde la encontré. Y quise elaborar mi propia manera de entenderla. Lutero escribió esas palabras refiriéndose al Dios escondido.
Por lo tanto confieso que lo que voy a exponer es una interpretación personal, una propuesta de reflexión que no pretende saber lo que en realidad no sabe.

La frase la divido en tres partes. La primera se refiere sencillamente a « Dios ».
Dejándome inspirar por Lutero que se refería al Dios escondido, propongo la idea del Dios inefable. Es decir de aquel que en realidad no podemos saber nada. Claro está que me refiero al ese conocer por medios humanos que ha desarrollado tanto la ciencia como la filosofía. Entonces si no sabemos nada ¿cómo se puede hablar del Inefable?
En realidad la cosa no es tan sencilla. Spinoza ya hablaba de la intuición, como un estadio superior a la mera razón. Pero esa intuición no era la de un sentimiento sensiblero, sino más bien una manera de percibir que no deja la razón al margen. El filósofo Bruno Giuliani, experto en Spinoza, apunta que el filósofo de Amsterdam se refería más bien a una razón intuitiva.
El ser humano de alguna manera percibe el Misterio que le habita y en el cual habita. Le llama « Dios » aunque no puede dar una definición exacta y precisa. Esta idea estaría recogida en esta frase: ¿Dios? No sé qué es pero sé que es.
Siempre desde el balbuceo que somos capaces, propondría la idea del Dios intuido.

La segunda parte de la frase de Lutero nos habla de « mi dios ».
Me parece de un acierto increíble. Aunque el ser humano intuye el Misterio, hay quienes no se limitan a esto. Hay una necesidad de « decirlo » de expresarlo, a uno mismo y a los demás, para poder de alguna manera aprehenderlo. Si no se verbaliza, ese Misterio de diluye. Por ello creamos discursos, damos argumentaciones en otras palabras nos lo representamos.
Esas representaciones son creaciones nuestras. Parte de esa intuición, posiblemente de experiencias inefables, de reflexiones profundas. Vivir en lo abstracto es muy difícil, y tratamos de pensar el Misterio. Es cierto que mucho de lo pensado es debido a nuestras proyecciones en el absoluto intuido. Es una necesidad existencial, relacionarse con el Dios inefable. Y para ello debemos hablar de lo indecible.
Construimos por lo tanto nuestras representaciones que más nos hablan, que más nos humanizan, que más nos ayuda a vivir.
El problema es cuando se confunde la representación con la Realidad. Entonces vienen los dogmatismos y aquello que nace de una necesidad personal y existencial se convierte en un pretendido saber objetivo sobre la divinidad. Pero al ser pensamientos e ideas humanas, otros pensamientos pueden refutar cualquier representación.
Ahora estamos hablando del dios pensado y sentido.

La tercera parte de la frase de refiere al « yo ».
La persona que intuye, piensa y siente. Es por supuesto el elemento principal. Ese « yo » es el que afirma la existencia del Misterio, o el que lo niega. Partiendo de que intuye esa dimensión de la realidad, le otorga el nombre de « Dios ».
Y aunque no lo puede definir, al intuirlo, le atribuye aquello que le permite darle ese nombre de « divino o Dios ».
En otras palabras, busca razones para firmarlo como más allá de lo meramente humano.
No le queda otra que articular sus ideas según el lenguaje que tiene a mano. Son sus representaciones.
A cada cual la suya. Aún los creyentes de una religión o tradición común desarrollan ideas sobre « su Dios » de manera muy particular.
Si hay un Dios también hay multitud de representaciones según es cada creyente. No tanto en el plano de un pretendido saber, sino algo más banal como es pensar a Dios en la vida real de cada uno.
En realidad solemos debatir y discutir sobre las representaciones. Nadie ha tenido acceso a un conocimiento inmediato e infalible del o de lo Que es.
Según los antropólogos e historiadores (así como los neurocientíficos) esas representaciones, que han ido cambiando en la historia, han ayudado a la humanización de la especie. Es algo innato al homo sapiens.
Lo interesante es que el ateísmo no es más que la negación de un discurso concreto sobre Dios. En general sobre aquel tradicional transmitido por las religiones. Pero en puridad, no puede decir nada sobre la existencia del Misterio. Esto lo reconoce magistralmente el filósofo ateo André Comte-Sponville en su libro El Alma del Ateísmo, donde reconoce que el ateísmo es también una creencia que responde a otra creencia. Es la negación de las representaciones del Misterio, pero afirma de manera rotunda que misterio sí lo hay.
Ese « Yo » determinará si para cada cual lo intuido es trascendente o inmanente. Si es personal o impersonal. No significa que uno sepa más que otro sino más bien que cada cual tendrá sus razones, y esas representaciones serán su dios.

El creyente en Dios tiene la esperanza de que su representación sea lo más cercano a la realidad divina. El problema es que como somos nosotros quienes elaboramos el dios pensado y sentido, ese Dios se parece mucho al creyente que lo imagina.
« Dime cómo es tu dios y sabré cómo eres tú ».

Una propuesta para quienes piensa en el Que Es y que sea digno de ser llamado Dios, sería que sea lo que pensemos sobre su misterio debería ser mejor que nosotros. Pensar en un dios que no es más que el reflejo de nuestros más bajos instintos (vengativo, cruel, excluyente), o que no es más que mi personalidad elevada al infinito, no merece ser pensado. Sobre ese dios lo mejor es ser ateo.
Pero el hombre ha sido consciente de aquello que le ha humanizado y lo sigue haciendo. ¿Por qué no pensar que sea lo que sea el inefable está relacionado de alguna manera (cómo faltan las palabras adecuadas) con lo mejor que hemos sido capaces de inventar a lo largo de la historia? Ese desarrollo ya se ha dado, incluido en la Biblia donde vemos un progreso en la concepción de Dios, es decir en sus representaciones.
El cristiano tiene como referencia a Jesús de Nazaret quien dijo: « Sólo Dios es bueno ».
El Maestro nos indica que sea cuál sea la imagen que tengamos de Dios debe estar relacionada con la Bondad. Y al decir que sólo Dios es bueno, implica que esa bondad va más allá de lo que el hombre es capaz. Y a la vez es una palabra que se refiere a lo que comprendemos sobre lo que es bueno. ¡Menudo desafío!
¿Podría ser que nuestras representaciones se basen en la libertad, la justicia, la compasión y la verdad?
A la vez que construyo mi dios sobre esos valores, espero, tengo fe, de que Dios sea realmente así. A la manera divina, pues para pensar en la manera humana, ya nos tenemos a nosotros.

Pienso que aún los ateos y agnósticos también tienen su « mi dios » que sería en este caso el criterio existencial por el cual pueden vivir una vida llena de sentido. En este caso expresarían que la Bondad es divina, elevando a un absoluto ese valor u otro en un auténtico acto de fe. Así lo expresa Ronald Dworkin en su libro Religión sin Dios.

Si Lutero afirmó que entre « Dios y yo estaba mi dios » ¿no deberíamos cambiar la gran pregunta? En vez de decir ¿existe Dios?, no sería más apropiado preguntar: ¿A qué llamas Dios?

Y en este caso sólo podremos dar cuenta de nuestra representación personal con la esperanza de habernos acercado un poco más a la verdad, a la Última Realidad.

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À propos Gilles

a été pasteur à Amsterdam et en Région parisienne. Il s’est toujours intéressé à la présence de l’Évangile aux marges de l’Église. Il anime depuis 17 ans le site Internet Protestants dans la ville.

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