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El Espíritu hace vivir al cristianismo

Nuestro texto de Juan enseña al contrario de una manera clara que el cristianismo no se fundamenta unicamente sobre las palabras de Jesús sino más bien sobre el Espíritu que estaba por venir y que conducirá a los hombres por los caminos de la verdad, hacia un conocimiento mas grande, más pleno.
Tenga en cuenta los conocimientos que constituyen el fondo de su cristianismo: pensamientos del apóstol Pablo quien no fue un discípulo directo de Jesús. Además debemos añadir otros nombres de los cuales se derivan nuestras creencias, tal como san Agustín, Lutero y los otros Reformadores. Y también los poetas que compusieron himnos que solemos cantar. En nuestro equipaje llevamos numerosas ideas de la época de Las Luces como las que nos legaron los filósofos como Kant, Schleiermarcher o Hegel. Esto demuestra que nuestra religión es un organismo vivo, en constante evolución. No está constituida por doctrinas inmutables, sino que está comprometida en un proceso contínuo de renovación, de reformas que se dan a los largo de las generaciones.

Observe lo que ocurre en la naturaleza. Cada vida representa a la vez una serie de renovaciones y de degradaciones. Observad un abeto. La parte inferior del tronco está desnuda. Hace cuarenta años, numerosas ramas surgieron de esa parte del tronco. Han desaparecido porque el árbol creció renovándose sin cesar. Y en lo más alto otras ramas dejarán paso para permitir que las que van surgiendo puedan formarse y crecer.

Así ocurre con el cristianismo. Es siempre la misma religión pero más o menos renovada en cada época. Encontrareis en el Nuevo Testamento ese cristianismo que alumbra vuestra vida, pero a la vez encontrareis unos conceptos que os serán extraños y que juzgareis ya caducos, como por ejemplo las descripciones del fin del mundo, del juicio final o de la segunda venida de Jesús en las nubes del cielo.
Sois conscientes que todo eso ya no es creíble y que en realidad no afecta en nada a vuestra fe.

Si se hubiera dicho a los primeros cristianos que el mundo duraría miles de años, que el Señor Jesús no volvería surgiendo de las nubes y que hay que entender por segunda venida que su Espíritu reinaría entre los hombres sin que el universo físico fuera destruido, se habrían espantado. Incluso el apóstol Pablo no lo habría comprendido, mientras que para nosotros nos parece tan evidente.
De igual manera, nos sentimos unidos espiritualmente a Lutero y sus compañeros. En cambio muchos de sus pensamientos que expusieron como verdades nos parecen hoy imposible de asumir. Y los hemos reemplazado por otros.
Suscribimos por lo tanto esa declaración del evangelio de Juan: « Tendría que deciros muchas cosas más »Ω
Ciertamente Jesús sigue hablando a la humanidad, no solamente por las palabras que la tradición nos ha transmitido, sino que también lo hace mediante su Espíritu. Todo lo que desde los primeros tiempos ha podido decirse en verdad y profundidad en cuanto a la religión, que ha ayudado e iluminado a nuestros prójimos, se realizó mediante hombres en los cuales se expresaba el Espíritu de Jesús. En esta sencilla palabra « Tendría que deciros muchas cosas » se manifiesta la genialidad de nuestra religión, aquello que tiene de grande y de vivificante.

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