La Cruz

 Los fariseos, guardianes de un integrismo puritano, que creían ser la voluntad de Dios, no admitieron la reforma liberadora y gozosa propuesta por Jesús, hecha de compasión y esperanza, en consonancia con los grandes profetas de Israel como Isaías, Miqueas o Amós, pero en oposición radical a la esclerosis en la cual se hundía el judaismo que pretendía mantenerse fiel a Moisés mismo.

Consiguieron que condenasen a Jesús y, nos dice Mateo indicando a ese símbolo de muerte, que sellaron su tumba con su sello y lo custodiaron con su propia guardia.

Durante su terrible y angustiosa noche en Getsemaní, Jesús pudo, sin duda alguna, ceder, abandonar su ministerio, dejarnos en mano de los fariseos jurándoles fidelidad o huyendo al extranjero. Su compromiso total a favor del Dios de amor y de vida, del cual nos revelaba su designo le llevó al sacrificio de su vida, escándalo para Dios que veía cómo mataban al heraldo de su Reino, y una tristeza profunda para < los hombres de buena voluntad> que él mismo había atraído a su entusiasmo y que, todavía hoy no se consuelan de esa horrible y escandalosa Cruz.

El sacrificio de su vida, Jesús no la realizó, como enseñaba san Anselmo en la Edad Media, con el fin de una expiación para apaciguar la cólera de un Dios iracundo que ve cómo se le escapa de las manos los seres humanos y a los cuales amenaza con enviarlos a todos al infierno.

El profesor André Gounelle ha escrito :

« Anselmo se inspiró en el derecho feodal. El ser humano es un vasallo que debe a Dios, su Señor, sumisión y respeto. Sin embargo, el ser humano se comporta como un mal vasallo y hace un doble daño a Dios. En primer lugar, le roba no dándole el servicio que debe a su Señor. Después, le ofende, haciendo de él un Dueño incapaz de hacerse obedecer. Dios no puede tolerar esa situación. Tiene que castigar a los humanos, o bien recibir de ellos una indemnización que compense el daño que ha sufrido, y que le restituya el honor del cual fue privado.

Esta reparación, a los humanos les resulta imposible de cumplir. En efecto, todas sus buenas obras se la deben normalmente a Dios mismo. Además, la infinita majestad de Dios convierte en infinita toda ofensa contra él, y los humanos, seres finitos, no tienen los medios para ofrecer algo que esté a la altura de ese daño y de esa injuria. La justicia, que Dios no puede saltarse sin negarse a sí mismo, exige en consecuencia la condenación de la humanidad.

Pero Dios no solamente es justo, sino que también es misericordioso. De su iniciativa envía , concretamente, a una de las personas de su Trinidad, para que pague en lugar de los humanos la deuda y la idemnización que están más allá del alcance de sus posibilidades. La muerte de Jésús conmuta sus faltas, restablece su gloria y manifiesta su compasión. Jesús substituye a los seres humanos, y sufre en el lugar de ellos el castigo que en realidad les correspondía.

Esto es « la expiación substitutiva ».

¿En qué manera Dios muestra con esto su misericordia? Se preocupa más bien por sus intereses y por su gloria. Envía a su Hijo a una muerte terrible para satisfacer su honor. Sólo da su perdón cuando se le ha pagado la deuda. Estamos muy lejos de una salvación gratuita.

¿En qué la ejecución de un inocente en el lugar de un culpable satisface las demandas de justicia? ¿No sería más bien una escandalosa injusticia? »

Jesús vivió el aspecto trágico de la existencia humana enfrentada a las fuerzas oscuras de la derrota y de la muerte. Murió citando, como tantos antes y después de él, el principio del Salmo 22 : « Dios mío, Dios mío ¿porqué me has abandonado ? » Toma su lugar en esa larga lista de mártires que murieron gritando su desesperación dirigiéndose al cielo. Y es a causa de ese primer viernes santo, que la Cruz se convirtió en el símbolo del cristianismo, la religión del Dios cuya Presencia nos da el corage de enfrentar el sufrimiento y de asumirlo con la fortaleza del aliento divino que surge en nosotros.

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