Guylène Dubois
Traducción Julian Mellado
Del catolicismo al protestantismo a través de los libros, sobretodo la Biblia, saboreada y criticada con inteligencia.
Esta es la historia de un encuentro. Un encuentro con personas y con libros. Nativa de Melle, en el Poitu protestante, fuí en cambio una niña, criada por una abuela que me contaba historias sobre las apariciones marianas de Bernadette Soubirou. Seguí escrupulosamente el catecismo hasta mi confirmación, y atrapada por la práctica del voleyball y los amores adolescentes, fuí dejando de lado ese catolicismo que presentaba dos defectos: los curas sólo eran hombres, prohibiéndoseles una vida sentimental. A los veintisiete años respondí a una oferta de empleo de bibliotecaria, y tuve que pasar por esa « entrevista de empleo » donde tuve que confesar mi ignorancia del protestantismo y de sus matices. Aún así pude acceder a la biblioteca de la Facultad de teología protestante de Paris – ese recuerdo me emociona aún hoy – donde descubrí un cristianismo centrado en la lectura bíblica y el pensamiento reformado. Conocí ahí a hombres y mujeres, estudiantes, gente casada, divorciada o soltera, para quienes la lectura, y la de la Biblia particularmente, era una preocupación mayor, cotiadiana y universitaria. Los profesores – Oliver Abel, Marianne Carbonnier, Corina Combet-Galland, Jean Daniel Dubois, Laurent Gagnebin, Jean Louis Klein, Françoise Smyth… leían los textos saboreándolos, criticándolos, « desconstruyéndolos. »
La Biblia era un texto literario explorado al impulso de su fe y también de su razón. Así que me convertí en protestante porque, en la historia del cristianismo, hubo esos Reformadores que tradujeron la Biblia en francés para hacerla inteligible para el mayor número de lectores.
Unos Reformadores para los que la fe sólo se expresaba asociándola al corazón, el espíritu y la razón. Los tres juntos. Sí, hoy en día, puedo todavía llamarme cristiana, seguramente porque mi abuela querida me crió con la historia de Bernadette y su creencia en la bienaventurada María, pero también porque, en mi camino de adulta, me cruzé con hombre y mujeres cuya fe se vive sin renunciar a la inteligencia.
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