Laurent Gagnebin
Traducción : Julian Mellado
Ante el relato de la tumba vacía nos encontramos desamparados. ¿El cuerpo de Jesús se volatizó milagrosamente?
Ahora bien, si la resurrección de Jesús está materialmente probada, ¿qué lugar puede ocupar en un credo?
No hay que creer en lo que está probado, ya que es algo que ya sabemos. Siempre nos vemos tentados por la comodidad de la prueba, puesto que en realidad la fe implica un coraje y un riesgo; la fe desnuda nos inquieta: ¡ nos gustaría poder creer sin tener que creer ! Si la resurrección de Jesús y la Pascua están en el corazón y en el centro de nuestra fe, reconozcámoslo sin más y no digamos mas << yo sé >> ahí donde en realidad deberíamos decir << yo creo>>.
La lectura de la Biblia nos introduce en el orden de lo simbólico y en el del sentido; no se trata de ver esencialmente lo que el texto dice, sino sobretodo lo que quiere y lo que me quiere decir. El evangelio de Lucas declara: << ¿Porqué buscais entre los muertos al que vive? (24,5) El texto de la tumba vacía no trata de una información pasada, sino más bien una interpelación, un llamado; es nuestra fe la que vacía ese sepulcro de toda realidad. De esta manera la tumba vacía no es la causa improbable de nuestra fe, sino que es la consecuencia de ella. Yo no creo a la resurrección porque la tumba estuviera vacía, sino para que lo esté.
El evangelio nos muestra constantemente Jesús luchando contra los poderes de lo que quita la vida; su muerte misma es la expresión por excelencia. Creer concretamente, cotidianamente, en el Cristo resucitado, significa decir sí al combate por la vida y un no a los fracasos, a la tentación de la desesperanza y de la resignación, al fatalismo y al triunfo de la violencia asesina y de la muerte misma.
Creer en la tumba vacía no es una creencia en el aire, sino una fe creadora.
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