Pero el protestantismo, ¿es necesario recordarlo?, no tiene ni magisterio, ni autoridades. Tiene una Biblia leída, comentada, discutida en los vaivenes de las sombres y las luces de la existencia humana, de la actualidad del mundo, de las ciencias, las artes y las técnicas. Es el genio y el desafío permanente el protestantismo.
¡ Sólo a Dios la gloria ! Ningún dios, ni nigún maestro cualquiera están tirando de los hilos. Cada uno es emplazado a su propia conciencia, a su deber de examinar. Desde ahora es a tí y a mí, el levantarse, tomar la palabra, y encontrar el propio camino y la propia voz. Hay que liberarse de las iglesias desde el momento en que toman el lugar del Evangelio y toman nuestro propio lugar.
Es una de las más bellas paradojas del protestantismo. Las iglesias son necesarias, pero sólo para enseñar, lo que de entrada las convierten en relativas y segundarias: Lo primero es el Evangelio que las funda y las anima. No queremos iglesias que piensan por nosotros ya que las iglesias, ¡ somos nosotros ! Somos nosotros los que deben predicar la salvación de todos, hacer iglesia de esa manera, para que cada uno pueda confiar en sí mismo y pensar por sí mismo.
Pertenece a las iglesias, a nosotros, el confesar que el Cristo es un llamado a transformar el mundo, aprendiendo a resistir a las negaciones de la historia. Sí, deseamos iglesias que no tomen los compromisos sin nosotros sino que nos ayuden a centrarnos en lo esencial: un Evangelio que nos convoca, nos llama y nos da la palabra.
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